Por Natalia González Lemoine
Adriana y Pablo se conocieron en primavera, en una fiesta organizada por un amigo en común. Ella venía de dejar atrás una tortuosa relación; su ex esposo la engañaba con su jefa. Sin duda una razón para no volver a creer en el matrimonio. Él siempre fue un desafortunado en cosas del amor. Pese a tener 45 años, aun no encontraba a alguien que lo hiciera perder la cabeza.
Dos almas solitarias que vagaban solas en la estación del amor. Una conversación de 5 horas, dos gin tonics y una música ambiente bastaron para que decidieran empezar una relación.
Pololearon 1 año, 7 meses y 10 días. Pablo, quien era el más interesado en consolidar la relación, le propuso a Adriana que pisaran el altar. Ella, reacia a la idea, le dijo inmediatamente que NO; el “hasta que la muerte los separe” no figuraba en los planes de su nueva vida. Pero al ver a Pablo tan triste con su respuesta, le propuso que vivieran juntos y que de ahí vieran como se daban las cosas.
Pasaron los años, y lo que al principio se veía como una promesa de matrimonio, se transformó luego, en un juego de postergaciones que no condujo la relación a ninguna parte.
Habían partido viento en popa. Eligieron una casa, a su gusto perfecta, en la comuna de Conchalí; decoraron las habitaciones con productos Casa Ideas, construyeron un hermoso jardín gracias a Homecenter Sodimac e incluso compraron un perro. Todo parecía indicar que el cuento de hadas escrito por Pablo iba a terminar con un “fueron felices por siempre”. Pero el destino les tenía preparado otra cosa. La rutina pasó a formar parte de sus vidas. El amor que existió en un momento se iba evaporando como el agua y las ganas de tener un hijo, por parte de él, se fueron como mariposas en otoño.
Él llegaba más tarde de lo correspondido a su casa, y siempre se las ingeniaba en buscar una excusa para justificar su falta. Adriana, quien ya había aprendido a desconfiar debido a su fracaso anterior, decidió seguirlo para sacarse las dudas y los celos que carcomían su mente día tras día.
Eran las 6 de la tarde. Pablo iba saliendo del trabajo en su Mercedes rojo, tomó Av. Providencia y se dirigió al lugar que le era tan habitual durante los últimos meses. Un motel y una chica que responde al nombre de Clara eran su entretención después de una larga jornada. Adriana descubrió la cruda realidad; nuevamente estaba siendo engañada por el hombre que creía amar. El fantasma de la venganza entró en su cuerpo inmediatamente, pero ese no era el momento ni el lugar indicado para actuar. Tendría que transformarse en la mejor actriz y fingir que todo iba bien mientras preparaba su macabro plan.
Las manecillas del reloj se movían lentamente para Adriana. El reloj estaba a punto de marcar las 9 de la noche y Pablo aun no llegaba a casa. Ya había calculado todas las aristas de su plan; ella no podía fallar. La puerta se abrió de repente y ahí entro él. Vestía una camisa azul y una corbata a rayas que había heredado de su padre fallecido hace 3 años. Dejó las llaves del auto encima de la mesa del teléfono, como solía hacerlo siempre y fue a la cocina donde se encontraba su supuesta amada. Ella lo saludó con un beso y le sirvió la cena. Todo parecía normal hasta que decidió encarar a Pablo. Comenzaron una discusión que cada vez se tornaba más violenta. Insultos y golpes formaban parte de aquella pelea. En un intento por frenar las cosas él se fue a su habitación. El destino ya estaba escrito y Adriana no iba a dejar las cosas así como así. Tomó un cuchillo de la cocina y lo siguió. Entró a la habitación; esa habitación que en más de una oportunidad había albergado sus sueños y proyecciones, pero que ahora iba a ser testigo de la destrucción; de un brutal crimen que borraría las promesas hechas en una noche de primavera.
LEAD
Lo que comenzó como una pelea pasional terminó en parricidio en la comuna de Conchalí. Esto luego de que Adriana Villa Zurita de 52 años tomara un palo de la marquesa de su cama y golpeara en reiteradas ocasiones en la cabeza y cuerpo a su conviviente identificado como Pablo Vargas Ramos, de 51 años, quien agonizó por horas en su hogar ubicado en la población El Cortijo.
Adriana y Pablo se conocieron en primavera, en una fiesta organizada por un amigo en común. Ella venía de dejar atrás una tortuosa relación; su ex esposo la engañaba con su jefa. Sin duda una razón para no volver a creer en el matrimonio. Él siempre fue un desafortunado en cosas del amor. Pese a tener 45 años, aun no encontraba a alguien que lo hiciera perder la cabeza.
Dos almas solitarias que vagaban solas en la estación del amor. Una conversación de 5 horas, dos gin tonics y una música ambiente bastaron para que decidieran empezar una relación.
Pololearon 1 año, 7 meses y 10 días. Pablo, quien era el más interesado en consolidar la relación, le propuso a Adriana que pisaran el altar. Ella, reacia a la idea, le dijo inmediatamente que NO; el “hasta que la muerte los separe” no figuraba en los planes de su nueva vida. Pero al ver a Pablo tan triste con su respuesta, le propuso que vivieran juntos y que de ahí vieran como se daban las cosas.
Pasaron los años, y lo que al principio se veía como una promesa de matrimonio, se transformó luego, en un juego de postergaciones que no condujo la relación a ninguna parte.
Habían partido viento en popa. Eligieron una casa, a su gusto perfecta, en la comuna de Conchalí; decoraron las habitaciones con productos Casa Ideas, construyeron un hermoso jardín gracias a Homecenter Sodimac e incluso compraron un perro. Todo parecía indicar que el cuento de hadas escrito por Pablo iba a terminar con un “fueron felices por siempre”. Pero el destino les tenía preparado otra cosa. La rutina pasó a formar parte de sus vidas. El amor que existió en un momento se iba evaporando como el agua y las ganas de tener un hijo, por parte de él, se fueron como mariposas en otoño.
Él llegaba más tarde de lo correspondido a su casa, y siempre se las ingeniaba en buscar una excusa para justificar su falta. Adriana, quien ya había aprendido a desconfiar debido a su fracaso anterior, decidió seguirlo para sacarse las dudas y los celos que carcomían su mente día tras día.
Eran las 6 de la tarde. Pablo iba saliendo del trabajo en su Mercedes rojo, tomó Av. Providencia y se dirigió al lugar que le era tan habitual durante los últimos meses. Un motel y una chica que responde al nombre de Clara eran su entretención después de una larga jornada. Adriana descubrió la cruda realidad; nuevamente estaba siendo engañada por el hombre que creía amar. El fantasma de la venganza entró en su cuerpo inmediatamente, pero ese no era el momento ni el lugar indicado para actuar. Tendría que transformarse en la mejor actriz y fingir que todo iba bien mientras preparaba su macabro plan.
Las manecillas del reloj se movían lentamente para Adriana. El reloj estaba a punto de marcar las 9 de la noche y Pablo aun no llegaba a casa. Ya había calculado todas las aristas de su plan; ella no podía fallar. La puerta se abrió de repente y ahí entro él. Vestía una camisa azul y una corbata a rayas que había heredado de su padre fallecido hace 3 años. Dejó las llaves del auto encima de la mesa del teléfono, como solía hacerlo siempre y fue a la cocina donde se encontraba su supuesta amada. Ella lo saludó con un beso y le sirvió la cena. Todo parecía normal hasta que decidió encarar a Pablo. Comenzaron una discusión que cada vez se tornaba más violenta. Insultos y golpes formaban parte de aquella pelea. En un intento por frenar las cosas él se fue a su habitación. El destino ya estaba escrito y Adriana no iba a dejar las cosas así como así. Tomó un cuchillo de la cocina y lo siguió. Entró a la habitación; esa habitación que en más de una oportunidad había albergado sus sueños y proyecciones, pero que ahora iba a ser testigo de la destrucción; de un brutal crimen que borraría las promesas hechas en una noche de primavera.
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Lo que comenzó como una pelea pasional terminó en parricidio en la comuna de Conchalí. Esto luego de que Adriana Villa Zurita de 52 años tomara un palo de la marquesa de su cama y golpeara en reiteradas ocasiones en la cabeza y cuerpo a su conviviente identificado como Pablo Vargas Ramos, de 51 años, quien agonizó por horas en su hogar ubicado en la población El Cortijo.
1 Comment:
Parece que muchos sienten predilección por las historias de crímenes pasionales. Este relato me gustó por cierto tono irónico, que lo saca del lugar común en el que generalmente se desenvuelve este tipo de situaciones.
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