lunes, 13 de octubre de 2008

“ASÍ PO, TE LA CORTO SI ME WEVIAY”


Por María José Gaona Aburto

"No pu guacho, na que ver, si yo no soy nah una de esas sicopátas o loquitas, el conshesumaire se lo merecía nomás poh. Así me dicía mi mami: “Si te wevea, se la cortay al weón nomás. Las mujeres tenimos que saber defendernos.” Así no más, le hice caso a la vieja, y que me encierren, total ¿a cuántas mujeres no les dan ganas de hacer lo que yo hice?"

Desde chica que la “Nana” fue choriza, no le gustaba que nadie la anduviera mandoneando –excepto su mamá-. Junto a sus otros ocho hermanos, vivió desde conchito en Conchalí, y desde que tiene uso de razón, ella la llevaba en los juegos de barrio, siempre contenta y mandona.

A medida que Adriana Villa Zurita fue creciendo, sus ojos miraban cosas que un niño normal no podría siquiera imaginar: la violencia era una invitada más en el humilde hogar de esta familia.

Si se caía el vaso, cachuchazo pal jetón manos de mantequilla que lo botó; si no traían monedas pal pan, el viejo agarraba el sartén, y allá partía el progenitor a pegarles para enseñarles a los cauro’emierda qué es trabajar y esforzarse.

Las peleas entre los hermanos -según comentan en el barrio- nunca fueron muy convencionales, es por eso que los otros niños JAMÁS se metían en las riñas de estos jovenzuelos: costaba caro. Aún así, estos hermanitos eran famosos por ser simpaticones y buenos pa´ la talla, tanto que hasta organizaban festivales y sus carretitos “pa esas fechas entretenías, como el dieciocho”, declara una vecina de la familia Villa Zurita.

Así creció la “Nana”. Una vez intentó entrar a estudiar, pero el viejo era re jodido con esas cuestiones, si la pillaba, la mandaba al tiro a trabajar. “Esa cuestión es pa tontos mijita, si voh no trabajai los enanos se te cagan de hambre, ¿querí eso voh, pa tu hermanos chicos?”, era lo que generalmente tenía como respuesta cuando se le ocurría preguntar por sus estudios.

Para salir de la casa, la Nana se casó con un tipo que conocía hace poco tiempo. Era del barrio y le gustaba drogarse con él; era bueno para las voladas exaltadas. Cada vez que se ponían a carretear, la Adriana le decía a su marido que fueran a asaltar a algún almacén, o que apedrearan a algún tipo que les cayera mal. Así pasaban la mayoría de sus horas.

Un día la Nana, aburrida de las constantes burlas por parte de su marido acerca de su apariencia física, decidió meterse con otro. La mujer le contó esto a varios de sus vecinos, por tanto su marido se enteró al poco tiempo.

La locura extrema se desató y la pelea no demoró nada en comenzar. Primero, los gritos y alaridos que parecían provenir desde un más allá oscuro y sangriento, luego, los cachuchazos y golpizas “comunes”. Ya era hora, la Nana lo había pensado hace tiempo ya, pero esta era la última que le aguantaba.

Así de simple fue, tal como dicen los medios. El tema es que nadie sabrá qué fue realmente lo que le dijo ese hombre a esa mujer, que tanto la hizo enojar. De todos modos, se sospechaba que algún día ese hombre aparecería castrado, la Nana siempre lo amenazaba con cortarle “toditos sus genitales”.

Aún existe el miedo, pues el marido de Adriana no era el único que recibía este tipo de amenazas. Según testimonios, con alcohol de por medio, peleaba con vecinos. “Cuando empezó con los shows del copete, me alejé” cuenta Guillermo Aros.

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1 Comment:

Anónimo said...

Qué miedo. Me reí mucho con las metáforas y construcciones originales, que resultan imprescindibles para darle al relato el tono juguetón que posee.