Por María Paz Donoso E.
Adriana Villa es una mujer de esfuerzo que vive en la población El Cortijo en la comuna de Conchalí. Tiene 57 años y desde los 14 comenzó a trabajar como vendedora ambulante en Estación Central. Junto con sus hermanas Luisa y María Guadalupe ayudaban diariamente al sustento del hogar. Sus padres cayeron en el embate del alcohol y las drogas, por lo que la inestabilidad económica se evidenciaba a cada rato. Al parecer, estaban destinadas a una vida de sacrificio, en el que el círculo de la pobreza no cesaría.
Fue en su trabajo donde conoció a Juan Peralta. Había salido recién de la cárcel, luego de una condena de 10 años por robo con secuestro. Se enamoraron a primera vista. Luego de un tiempo, decidieron casarse e ir a vivir a la casa de Adriana. De esa relación nació Matías, ahora de 38 años, el cual se alejó de dicho núcleo, volviendo en contadas ocasiones. Él es Ingeniero Comercial y logró estudiar gracias a un crédito fiscal.
Las hermanas Villa poseen una vivencia familiar dramática. Como un verdadero circulo vicioso, Adriana se acercó a las drogas y el alcohol influenciada por Juan. Fue tal el nivel de adicción en la niñez de Matías, que los dos padres en más de una ocasión fueron pasados por indigentes en el Hogar de Cristo. Y en los periodos en que ambos estaban lúcidos y tenían algo de ansias de progresar, la violencia intrafamiliar se apoderaba del hogar. Adriana sacó a relucir su impulsividad violenta, la que le jugaría una desagradable pasada en el futuro. Juan fue numerosas veces golpeado con botellas de cerveza y Matías con la correa para que estudiara. A pesar de todo ese infierno, la madre deseaba que su hijo saliera del submundo. En su interior de verdad anhelaba que su primogénito fuera un grande.
Entre periodos de lucidez y reinado de drogas, Juan Peralta fue herido de muerte en una de las primeras protestas en contra del Régimen Militar en 1983. La violencia con motivos políticos más una rencilla con narcotraficantes fueron la causa de una muerte cruel. Adriana, dolida, no se sentía capaz de nada. En lugar de hacer caso a sus hermanas y pedir asistencia médica, vivió un periodo crítico. La cocaína y el alcohol se convirtieron en su refugio por un año. Por otro lado Matías era criado por Luisa y sus primos en una casa vecina. Ella y María Guadalupe habían logrado salir de la casa de sus padres.
En 1985, con 34 años, Adriana quiso dar un giro a su convulsionada vida. Estaba arrepentida de muchas cosas. "¿Por qué tuve que repetir lo que hicieron conmigo en mi infancia?".
La mujer seguía siendo conocida entre los locatarios ambulantes de Estación Central y fue debido a esto que no tardó en establecerse nuevamente en un rubro que desde su juventud lo manejó de pies a cabeza.
Justo en el momento en que Matías logró entrar a estudiar Ingeniería Comercial, Adriana encontró un trabajo de empleada doméstica en una casa en La Florida. Pero al cabo de dos años fue sorprendida por los dueños de casa donde trabajaba golpeando al hijo menor. Fue inmediatamente despedida.
Además, Matías estaba alejado. Todo lo anterior provocó una nueva caída de la mujer en las drogas y el alcohol. Su vida estaba destinada a eso: “este es mi mundo. Y aquí voy a morir”. En 1994 llegó un nuevo vecino al pasaje algarrobal. Su nombre: Pablo Vega Ramos. Adriana se sintió atraída por él. Él también experimentó una atracción especial y la química fue inmediata. Se fueron a vivir juntos, en la casa de la mujer. Una nueva etapa en la vida de Adriana estaba por comenzar.
Fueron 14 años relativamente felices. Matías se tituló de Ingeniero Comercial, pero se solventaba el mismo. En muy pocas ocasiones se dirigió a su madre, sus tías mantenían un contacto más fluido con el prodigioso joven. No obstante, focos de violencia provocados por la lucha de drogas empañaron la convivencia con golpizas y ataques sexuales. La responsable fue ella y nuevamente no aceptó la ayuda de sus hermanas en ver a un especialista. Además, le advirtieron que varios vecinos visto a su pareja en actitudes cuestionables con hombres. Ella hizo caso omiso.
Más los rumores resultaron ser ciertos. Aprovechando que Adriana no llegaría ya que asistiría a un cumpleaños, Pablo llamó a dos amigos travestis para pasar una noche de película. Pasaron unas divertidas 4 horas con juegos sexuales. Sin embargo, Ramos no sospechaba que Adriana volvería antes a la casa. Tenía un presentimiento extraño. Abrió la puerta y oyó ruidos en su habitación. ¿No era que Pablo debía estar durmiendo? Sorprendida ingresó a la pieza y vio lo que estaba ocurriendo. La rabia y los más contradictorios sentimientos se apoderaron de la mujer. Los travestis huyeron. Adriana agarró dos largueros de la cama y le pegó a Pablo hasta dejarlo inconsciente. Luego intentó castrarlo con un cuchillo que fue a buscar a la cocina, pero la pena la carcomió por dentro. Lo acostó, le curó las heridas y le cocinó un caldo.
Reflexionó mientras dormía. La violencia no la estaba conduciendo a nada y era la causante de los momentos más infelices de su vida. Su hijo Matías no daba señales de acercamiento. Estaba pensando en verdad aceptar la ayuda de un especialista y controlar de una vez por todas un problema que se arraigó en su problemática infancia. A pesar de sus buenas intenciones, no sabía que en ese mismo instante su vida daría un giro dramático.
A la mañana siguiente, la mujer se levantó para dirigirse a la feria. Y se percató que su conviviente no respiraba. Con un fuerte sentimiento de culpa, le contó lo ocurrido a una vecina y luego a sus hermanas. Posteriormente, funcionarios de carabineros de la Brigada de Homicidios la tomaron detenida.
Adriana Cecilia Villa Zurita fue imputada por parricidio y fue trasladada al Centro Penitenciario Femenino. Arriesga entre 15 años y cadena perpetua calificada.
http://www.lacuarta.cl/contenido/63_22076_9.shtml
Adriana Villa es una mujer de esfuerzo que vive en la población El Cortijo en la comuna de Conchalí. Tiene 57 años y desde los 14 comenzó a trabajar como vendedora ambulante en Estación Central. Junto con sus hermanas Luisa y María Guadalupe ayudaban diariamente al sustento del hogar. Sus padres cayeron en el embate del alcohol y las drogas, por lo que la inestabilidad económica se evidenciaba a cada rato. Al parecer, estaban destinadas a una vida de sacrificio, en el que el círculo de la pobreza no cesaría.
Fue en su trabajo donde conoció a Juan Peralta. Había salido recién de la cárcel, luego de una condena de 10 años por robo con secuestro. Se enamoraron a primera vista. Luego de un tiempo, decidieron casarse e ir a vivir a la casa de Adriana. De esa relación nació Matías, ahora de 38 años, el cual se alejó de dicho núcleo, volviendo en contadas ocasiones. Él es Ingeniero Comercial y logró estudiar gracias a un crédito fiscal.
Las hermanas Villa poseen una vivencia familiar dramática. Como un verdadero circulo vicioso, Adriana se acercó a las drogas y el alcohol influenciada por Juan. Fue tal el nivel de adicción en la niñez de Matías, que los dos padres en más de una ocasión fueron pasados por indigentes en el Hogar de Cristo. Y en los periodos en que ambos estaban lúcidos y tenían algo de ansias de progresar, la violencia intrafamiliar se apoderaba del hogar. Adriana sacó a relucir su impulsividad violenta, la que le jugaría una desagradable pasada en el futuro. Juan fue numerosas veces golpeado con botellas de cerveza y Matías con la correa para que estudiara. A pesar de todo ese infierno, la madre deseaba que su hijo saliera del submundo. En su interior de verdad anhelaba que su primogénito fuera un grande.
Entre periodos de lucidez y reinado de drogas, Juan Peralta fue herido de muerte en una de las primeras protestas en contra del Régimen Militar en 1983. La violencia con motivos políticos más una rencilla con narcotraficantes fueron la causa de una muerte cruel. Adriana, dolida, no se sentía capaz de nada. En lugar de hacer caso a sus hermanas y pedir asistencia médica, vivió un periodo crítico. La cocaína y el alcohol se convirtieron en su refugio por un año. Por otro lado Matías era criado por Luisa y sus primos en una casa vecina. Ella y María Guadalupe habían logrado salir de la casa de sus padres.
En 1985, con 34 años, Adriana quiso dar un giro a su convulsionada vida. Estaba arrepentida de muchas cosas. "¿Por qué tuve que repetir lo que hicieron conmigo en mi infancia?".
La mujer seguía siendo conocida entre los locatarios ambulantes de Estación Central y fue debido a esto que no tardó en establecerse nuevamente en un rubro que desde su juventud lo manejó de pies a cabeza.
Justo en el momento en que Matías logró entrar a estudiar Ingeniería Comercial, Adriana encontró un trabajo de empleada doméstica en una casa en La Florida. Pero al cabo de dos años fue sorprendida por los dueños de casa donde trabajaba golpeando al hijo menor. Fue inmediatamente despedida.
Además, Matías estaba alejado. Todo lo anterior provocó una nueva caída de la mujer en las drogas y el alcohol. Su vida estaba destinada a eso: “este es mi mundo. Y aquí voy a morir”. En 1994 llegó un nuevo vecino al pasaje algarrobal. Su nombre: Pablo Vega Ramos. Adriana se sintió atraída por él. Él también experimentó una atracción especial y la química fue inmediata. Se fueron a vivir juntos, en la casa de la mujer. Una nueva etapa en la vida de Adriana estaba por comenzar.
Fueron 14 años relativamente felices. Matías se tituló de Ingeniero Comercial, pero se solventaba el mismo. En muy pocas ocasiones se dirigió a su madre, sus tías mantenían un contacto más fluido con el prodigioso joven. No obstante, focos de violencia provocados por la lucha de drogas empañaron la convivencia con golpizas y ataques sexuales. La responsable fue ella y nuevamente no aceptó la ayuda de sus hermanas en ver a un especialista. Además, le advirtieron que varios vecinos visto a su pareja en actitudes cuestionables con hombres. Ella hizo caso omiso.
Más los rumores resultaron ser ciertos. Aprovechando que Adriana no llegaría ya que asistiría a un cumpleaños, Pablo llamó a dos amigos travestis para pasar una noche de película. Pasaron unas divertidas 4 horas con juegos sexuales. Sin embargo, Ramos no sospechaba que Adriana volvería antes a la casa. Tenía un presentimiento extraño. Abrió la puerta y oyó ruidos en su habitación. ¿No era que Pablo debía estar durmiendo? Sorprendida ingresó a la pieza y vio lo que estaba ocurriendo. La rabia y los más contradictorios sentimientos se apoderaron de la mujer. Los travestis huyeron. Adriana agarró dos largueros de la cama y le pegó a Pablo hasta dejarlo inconsciente. Luego intentó castrarlo con un cuchillo que fue a buscar a la cocina, pero la pena la carcomió por dentro. Lo acostó, le curó las heridas y le cocinó un caldo.
Reflexionó mientras dormía. La violencia no la estaba conduciendo a nada y era la causante de los momentos más infelices de su vida. Su hijo Matías no daba señales de acercamiento. Estaba pensando en verdad aceptar la ayuda de un especialista y controlar de una vez por todas un problema que se arraigó en su problemática infancia. A pesar de sus buenas intenciones, no sabía que en ese mismo instante su vida daría un giro dramático.
A la mañana siguiente, la mujer se levantó para dirigirse a la feria. Y se percató que su conviviente no respiraba. Con un fuerte sentimiento de culpa, le contó lo ocurrido a una vecina y luego a sus hermanas. Posteriormente, funcionarios de carabineros de la Brigada de Homicidios la tomaron detenida.
Adriana Cecilia Villa Zurita fue imputada por parricidio y fue trasladada al Centro Penitenciario Femenino. Arriesga entre 15 años y cadena perpetua calificada.
http://www.lacuarta.cl/contenido/63_22076_9.shtml
2 Comments:
Llegaste a puerto a pesar de que el ejercicio de reconstrucción histórica, sin perder la lucidez narrativa, era difícil.
Hagan el favor de retirar de inmediato y utilizar en su beneficio y en mi perjuicio mi imagen
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