Por Claudio Garrido Moya
alias ChicoCL (editor de "El Aguja")
Tanto Cristián Neira como Ernesto Escobar vivieron relativamente cerca en sus tiempos de niñez. Iban en el mismo colegio municipal en la capital del Bío-Bío, Concepción. Neira eternamente era del A, Escobar del B. El primero sólo quería jugar a la pelota, y el otro tocaba el charango jugando a la revolución con pañuelitos albinegros junto con otros compañeros.
Era la época de la educación media para ellos en un connotado liceo penquista, cuando una chica llamada Fedora, que acostumbraba a merodear por el establecimiento con su ajustado jumper y mirada atenta a los portadores de testosterona, organiza un carrete para los cuartos medios. Tanto el cuarto A como el B, históricos rivales en los partidos de babyfútbol del colegio, aceptaron la invitación.
Noche de octubre. Una casa en San Pedro de la Paz se viste de gala reggaetonera para poder recibir a una multitud con ansias de algún perreo chacalonero. Todo acompañado con un abundante contingente de cerveza, ron y unos picarones frugelés. Neira y sus amigos llegan con su pinta tipo Edmundo Varas –por lo pelotero, en ningún caso galán- auspiciada por las tiendas del mall que está a la entrada de Talcahuano.
Fedora coloca los fervientes temas de Don Omar en su equipo de música, mientras llegaba otro grupo de cabros. Eran los del B, con Escobar al mando. Flaco, trigueño, de camisa y la inconfundible pañoleta. No espera ni cinco minutos y comienza el cortejo a la dueña de casa. En menos de veinte minutos quiso hacer uso pecaminoso de los frugelés, estratégicamente colocados al lado de la barra, pero su intento quedó frustrado gracias a la sutil intervención de una amiga de Fedora y su odiosa invitación al baño.
El acto, que después se comprobara fue premeditado, no frustró en un principio al adicto a las capuchas, que volvía a la trinchera con sus amigotes presto a trazar líneas para atacar en un rato más.
Pero Fedora volvió del baño justo en el momento en el que Neira se servía su copete. Un ron-cola que fue el nexo entre él y la anfitriona, quien recibió de las manos del amante del fútbol una réplica del trago. No hubo que esperar más para que ellos decidieran bailar y dejarse llevar por “la volá’ del carrete”. En el área chica hizo su mejor gol, delante de todo el público… y de Escobar también.
Las burlas atormentaron a Ernesto, y con sus amigos convinieron una suerte de represalia ante la mácula a la honra del afectado. Bucearon en chelas, y el alcohol les otorgó poderes increíbles de irracionalidad y violencia. Y cuando Neira salió de la casa de Fedora, se le abalanzaron nueve sujetos con el propósito de exterminar al gusano que osó robarle la mina al líder revolucionario del cuarto B.
La riña se convirtió en un mano a mano entre los dos protagonistas y terminó por la inminente llegada de carabineros. El pleito lo ganó Neira que, con un combo en el ojo derecho, le dejó deformada la zona ocular a Escobar, con un visible corte en la ceja, evidencia de esa humillante noche. Ésta finalizaría con el solemne juramento de venganza a todo pulmón del “capucha”, que le ofreció, por lo mínimo, una sarta de “patadas en la raja” donde lo pillara.
Después del hecho, que pasó a ser leyenda en ese colegio, los jóvenes egresaron. Neira logró entrar a Ingeniería Comercial en la Universidad del Bío-Bío, y Escobar a Trabajo Social. No se enterarían de esto hasta mucho tiempo después, en plena movilización estudiantil.
Escobar fue líder de los “capuchas” apenas llegó. Armó sus guerrillas y las botellas de cerveza las guardaba para hacer sus bombas molotov. En tanto, Neira comenzaba a brillar con su rendimiento y se dedicaba a su pasión futbolística llegando a ser seleccionado de la Universidad. Practicaba habitualmente en una de las canchas. Escobar, tarde o temprano, se enteraría de esto.
El deseo de venganza no se había disipado, y con un grupo de seguidores, engañados con hacer revolución, Ernesto Escobar comenzó a levantar barricadas frente a las canchas. El hecho molestó profundamente a los deportistas, quienes aseguraban estar hartos del vandalismo no justificado. Salieron en masa a dispersar a los manifestantes, incluido Neira, el blanco de Escobar, a quien iba a propinarle golpes con un palo enorme. Pero como ocurrió la primera vez, el estudiante de ingeniería superó al encapuchado. Luego de quitarle el palo, pudo ver los mismos ojos de pánico que le prometieron venganza fuera de la casa de Fedora, y le dijo: “¿Así que patadas en la raja, concha de tu madre?”. Y salió a corretearlo con el mismo palo arrebatado, echando por tierra esa venganza, y disuadiendo los disturbios originados en las afueras de la Universidad del Bío-Bío.
LEAD:
Rugbistas y futbolistas de la Universidad del Bío-Bío que expulsaron a encapuchados.
“Fuimos muy arriesgados, pero era la única forma de echarlos”
Como un verdadero Hulk, Cristián Neira se enfureció y, sin importarle nada, se fue en contra de los manifestantes
1 Comment:
a lo que te puede llevar una mina y las ganas de comer frugelés...
Post a Comment