domingo, 12 de octubre de 2008

ÁLVARO DICE NO AL CARRETE DOMINICAL



Por Catalina Gaete Salgado

¡Sabooooooooor!... grita Álvaro Enríquez a todo pulmón, aún sosteniendo su copete con la mano derecha y a una robusta mujer con la mano izquierda, mientras se menean al ritmo de la salsa. Está en el cumpleaños de su mejor amigo, su compadre, su yunta. Un amigo que no podría abandonar en el día de su cumpleaños, a pesar de ser domingo. Pues claro, al otro día debe cumplir con su jornada laboral.

Pero Álvaro no es cualquier trabajador. Él es “chofer” en Metro de Santiago. Esa extraña y mística pega, que mantiene a todos los que usamos el tren subterráneo en la incertidumbre. Efectivamente, más de una vez nos hemos preguntado: ¿No se maneja sola esta huevá? ¿Qué cresta hacen allá adentro (mirando a la cabina del conductor) si pasan conversando?

Álvaro es una de esas misteriosas personas, quien como todo mortal que trabaja en Metro, debe reportarse en su lugar de trabajo a las 8 a.m. Le gusta su trabajo y pretende conservarlo por largo tiempo.

-¡Álvaro!, son las 6 huevón. Estay raja e`curao. Anda a dormir un rato si no querí mandarte una cagaita en la pega.- le dice, entre risas, Roberto, el cumpleañero, su precavido mejor amigo.

-¡Nah! La estamos pasando bien pues compadre. No va a pasar na` en la pega. Pongo el piloto automático y tamos listos- asevera el ebrio chofer a su amigo, mostrando su vaso vacío e insinuando a Roberto que debe estar lleno nuevamente.

La fiesta continúa. Sin embargo, Álvaro comienza a sentir molestias en su estómago, cabeza, piernas, espalda, y en todo su tambaleante cuerpo. Cree que es momento de ir a dormir para sopesar esas molestias. En ese instante mira su reloj, y recuerda las palabras de su amigo, quien ya dormía placidamente abrazado a la tasa del baño.
-¡Chucha!, la pega- exclama preocupado. Toma sus cosas y se retira, borracho aún, de la casa de su amigo, en la comuna de La Reina.

Se encamina hacia su lugar de trabajo en la línea 4. Entra y se reporta en la estación Simón Bolívar. Va a los casilleros que disponen para el personal. Se quita los fétidos jeans y se viste de corbata y pantalones; así podrá disimular un poco el estado en el que está.

Sube en la cabina de un tren que recién llega. El chofer que maneja, su colega, le pide un favor: –Compadre, hay que llevar un tren que está estacionado en medio de la vía, entre Príncipe de Gales y Francisco Bilbao, hacia Tobalaba. No tiene pasajeros, así que conviene, por que ese caracho es mejor no mostrarlo po´-.

Álvaro piensa unos segundos y acepta, comprendiendo la veracidad de los dichos de su colega. Su rostro debe estar impresentable.

Sale del tren y comienza a caminar, cuidadosamente, hacia la máquina estacionada en medio del túnel. Sube a la cabina y se sienta. Observa el a ratos borroso tablero, y busca el botón que acciona el piloto automático. Lo encuentra y presiona con fuerza. Vuelve a hacerlo, pero el tren continúa estático. Ante este problema, recuerda sus días de capacitación. Los trenes que están estacionados en medio de las vías, sin pasajeros, se manejan de manera manual.

El pánico se apodera de su distorsionada mente por unos minutos. Decide recobrar la calma y hacer el trayecto que le ha pedido su colega que, por suerte, es corto.

Abre enormes ojos, endereza su cuerpo y mira al frente. Tiene sueño, está mareado y le duele el cuerpo por tanto bailoteo, pero debe estar atento. Mueve una palanca en el tablero y el tren comienza a avanzar. Recorre parte del túnel cuando, de un momento a otro, un par de luces se aproximan hacia el. Es un tren, pero Álvaro no esta en un estado que le permita distinguirlo. No hay más salida. Ese tren se abalanza hacia sus desprotegidos vagones que, afortunadamente, se encuentran vacíos. Lo que Álvaro no sabe, es que el tren con el que está a punto de estrellarse se encuentra repleto.

Son las 9:00 de la mañana y el tren que venía desde Francisco Bilbao desbordaba de gente. El solitario tren de Álvaro se estrella fuertemente con estos atiborrados vagones. Nunca antes había ocurrido en el Metro y las consecuencias fueron complejas, tanto para las casi 300 víctimas, como para el ya lúcido Álvaro. Un momento en su vida que no olvidará, ya que le costó su mística pega, algunos moretones y fracturas, y por su puesto un “¡te lo dije, huevón careraja!” de parte de su mejor amigo, Roberto.


LEAD:

Metro aseguró que una falla humana es la causa de colisión de trenes en Príncipe de Gales

La empresa de transporte Metro señaló, este lunes, que fue una falla humana la que causó la colisión de dos trenes, ocurrida en horas de la mañana en la estación Príncipe de Gales de la Línea 4.

2 Comments:

Anónimo said...

¡Sabooooooooor!... qué mejor comienzo!!!
Hoy, mientras caminaba por el centro, me puse a pensar en tu cuento: sí, creelo. Y descubrí que me encanta como usas imágenes para evitar que el texto sea plano.
Además, está buenísimo. Se nota que conoces de cerca la expreiencia de un carrete dominical, sino, tienes una excelente imaginación!!

Te ailoviu tu yu*

Anónimo said...

A mí también me gustó mucho el comienzo. Al final, un buen relato siempre se compone de imágenes vívidas, que a partir de una buena estruturación, confluyen en una historia original.
¿Cuánto del progreso de Chile se habrá ido a la cresta por culpa del carrete en medio de la semana laboral? Por otra parte, ¿cuánta de la alegría de nuestra patria provendrá de la misma circunstancia? No tengo la respuesta.