Por Carolina Escobar R.
Fabiana y Gustavo se conocen de toda la vida. Siempre vivieron en la población Manuel Plaza, comuna de Puente Alto. Durante la niñez no se hablaron. Sólo se conocían a través de sus madres, que solían visitarse para comentar las últimas copuchas del barrio, pedirse una taza de azúcar cuando faltara o simplemente para acompañarse en esas mañanas solitarias, pues sus maridos trabajaban y los niños asistían a la escuela.
La indiferencia y repulsión que sentían mutuamente cambiaron en la adolescencia al comenzar a trabajar en el supermercado Jumbo. Fabiana de cajera y Gustavo como reponedor en la sección de juguetes. Fue en este período que descubrieron la verdadera conexión que había entre ellos, nunca antes dimensionada y que ninguno de los dos se atrevía a reconocer. No obstante, Gustavo, ya cumplido los 18 años, no soportó más y un día cruzó la calle, golpeó ansioso la puerta hasta que apareció su vecina, ahora convertida en una hermosa mujer. Sus miradas se perdieron en medio del bullicio que emitían los cabros chicos que jugaban a la pelota en la calle. No fue necesario pronunciar palabra alguna, el “silencio” y los ojos expresivos de ambos lo decían todo. Surgió así una relación, que dos años más tarde acabaría en matrimonio.
Con los ahorros de ambos, conseguidos gracias a las largas horas de trabajo en el supermercado, celebraron su casamiento. Fue uno de los eventos más recordados en el barrio por su grandilocuencia al estilo “Mi gran casamiento griego”. Tras la fiesta, los recién casados se trasladaron a vivir a la casa del abuelo materno de Fabiana, quien antes de morir producto de un cáncer pulmonar, se las había obsequiado.
Además les había regalado a su querido Rocky, un perro mezcla de doberman con pastor alemán, que dada su contextura fuerte y vigorosa, honraba a tal imponente nombre. El fiel canino fue, por mucho tiempo, el tercer integrante de la familia. Amaban demasiado a ese animal de orejas paradas, mirada tierna y grueso pelaje, tanto así que era el ser más querido del hogar. Sin embargo, las cosas cambiarían cuando llegara un nuevo miembro al grupo familiar.
Después de tres años, la pareja tuvo a su primera y única hija llamada Catalina, quien revolucionó a todos con su llegada. Fabiana había decidido dejar su trabajo para dedicarse plenamente a los cuidados de la pequeña, mientras que Gustavo continuaba en el supermercado, ahora ascendido al cargo de jefe de reponedores.
Los padres se preocupaban solamente de ella, olvidando por completo la existencia de Rocky. Naturalmente que “Catita”, como la llamaba cariñosamente, había desplazado su lugar como regalón de la casa, hecho que comenzó a generar los celos y la envidia por parte del can.
Un día, mientras la madre cocinaba, la niña de 10 meses jugaba en un andador con su infaltable cascabel. Su sonido daba tranquilidad a la madre, ya que así sabía que su hija deambulaba sin problemas. Sin embargo, el ruido del juguete se fue disipando, y el movimiento que producía la mano de la pequeña era cada vez más lento hasta soltar definitivamente el objeto. Al dejar de oírlo, la mujer salió de la cocina y fue al living. Miraba por todas partes desesperada buscando a su niña, hasta que vio la cola de Rocky que se movía detrás del sofá. Se acercó a el, soltó un grito apabullante que se escuchó en todo el vecindario y es que nunca imaginó que presenciaría la escena más macabra de su vida: el querido amigo de la familia estaba devorando la cabeza de Catita.
LEAD:
Un perro mató a una niña de tan sólo 10 meses al interior del hogar de la menor en la población Manuel Plaza, ubicada en la comuna de Puente Alto. Su nombre era Catalina Ramos Jofré y fue mordida en la cabeza por el animal cuando se encontraba en su andador.
1 Comment:
Me gustó particularmente la primera mitad del relato, que narra una serie de experiencias muy cotidianas, y el último párrafo, que dice sin decir y emplea buenas figuras literarias.
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