Ya son 18 años. Dieciocho de los cuales, por lo menos ocho, han sido confusiones, llantos, penas, angustias y gritos. Todo inmerso en un rostro abundante de sonrisas, un rostro que no demuestra penurias sino todo lo contrario, pero que, sin embargo, esconde rabias y tristezas. Ella es Gabriela, un ser que sonríe de ver la felicidad del resto, pero que nunca valoró la suya; la palabra autoestima no figuraba en su vida.
Pero algo pasó a los quince: lo conoció. Sí, esa etapa intensa, que generalmente está marcada por la rebeldía y por el mundo que comienza a conocer una jovencita tranquila e ingenua. Una etapa llena de emociones, en donde, si bien, las penas y rabias parecían ser más intensas, también lo eran las alegrías, las risas, los vasos desbordantes en alcohol y las siempre vacías cajetillas de cigarros.
Lo conoció. Se llamaba Antonio y era perfecto. La conquistó por medio de canciones setenteras, historias de guitarras y profundas conversaciones. Era lo que ella necesitaba: un apoyo, una compañía, un amigo… un amor.
La relación comenzó con los calores de enero. Nunca en su vida ella había vivido meses tan hermosos. Tan alegres… tan completos. El la escuchaba, la miraba a los ojos, la abrazaba y besaba, como siempre quiso. Sus problemas, penas y angustias parecían pequeños al lado de tal felicidad. Su amor hacia sí misma comenzó a aparecer entre tanta palabra bonita. ¿Quizás no soy tan fea?, ¿quizás no soy tan tonta?, pensaba Gabriela.
El le prometía ser siempre incondicional, y lo mejor era que lo cumplía. En los malos momentos nunca faltó la palabra precisa y la mirada directa; la canción necesaria e incluso historias llenas de Toñitos que la cuidaban. El conocía sus problemas y sus penas; se esforzaba día a día por que éstas se fueran.
Pues sí, él era todo, todo lo que ella quería.
Pasaron los meses y la relación continuó con ese amor maravilloso, que sólo se ve en las películas y que sólo se concibe a través de un excelente guión. Pero ya cumpliendo su segundo aniversario, el cuento de amor comenzaba a perderse entre las peleas, las confusiones, las malas caras y las inquietudes.
Pues claro, la llegada de este hombre significó en la vida de Gabriela felicidad inmediata e intensa, pero nunca una solución a sus debilidades y su falta de fortaleza.
Ya son 18 años, y esas angustias devastadoras regresan a su vida; vuelven a atormentarla y debilitarla, la encierran en cuestionamientos y tormentos, alejándola del amor de su vida, quien ya comienza a hacer su propia vida. Cada día es peor que el anterior, y ella se encuentra sola, luchando contra un enemigo sigiloso, invisible e invencible.
Sí, es ahora el momento, piensa; es ahora cuando más necesita de ese amor. De ese hombre que la acompaña, escucha, seca sus lágrimas y le habla; ese hombre que logra hacerle olvidar y le recuerda, a la vez, que la vida sí es hermosa, y que a su lado, todo estará bien: estará segura y a salvo. Pues, “es evidente -pensó Gabriela- que aunque no hablemos y no nos veamos, y a pesar de que cuando nos juntamos sólo discutamos, él siempre estará cuando yo lo necesite. Él me lo dijo, él me lo aseguró”.
Va a buscarlo con apuro. Intenta por todos los medios posibles, pero Antonio no aparece. Al teléfono no contesta y en su casa no abren la puerta. Ingresa a Internet, buscando dejar ese mensaje que lo traería de vuelta.
Entra al sitio en donde podrá contactarse con él. Comienza a escribir con desesperación… pero algo llama repentinamente su atención. Otra persona, otra mujer, hacía lo mismo que ella. Pues ya estaba, en el sitio del hombre que tanto busca, un mensaje de una “antigua amiga” que intentaba, con tiernas palabras y sobrenombres, un pronto encuentro.
Pero el problema no es lo que esta “antigua amiga” hace, sino lo que Antonio responde. Pues de manera inmediata, según el registro cronológico del sitio virtual, él contesta el mensaje. Responde con las mismas palabras de amor que utilizó cuando conoció y conquistó a Gabriela. Con esas palabras que lograron encantar a una triste mujer, y que ahora intentan conquistar a una recién llegada.
Gabriela lee con asombro y recuerda todas esas promesas de apoyo y de amor incondicional. Antonio ya no estaba, pero era este el preciso momento en el que lo necesitaba.
Pero algo pasó a los quince: lo conoció. Sí, esa etapa intensa, que generalmente está marcada por la rebeldía y por el mundo que comienza a conocer una jovencita tranquila e ingenua. Una etapa llena de emociones, en donde, si bien, las penas y rabias parecían ser más intensas, también lo eran las alegrías, las risas, los vasos desbordantes en alcohol y las siempre vacías cajetillas de cigarros.
Lo conoció. Se llamaba Antonio y era perfecto. La conquistó por medio de canciones setenteras, historias de guitarras y profundas conversaciones. Era lo que ella necesitaba: un apoyo, una compañía, un amigo… un amor.
La relación comenzó con los calores de enero. Nunca en su vida ella había vivido meses tan hermosos. Tan alegres… tan completos. El la escuchaba, la miraba a los ojos, la abrazaba y besaba, como siempre quiso. Sus problemas, penas y angustias parecían pequeños al lado de tal felicidad. Su amor hacia sí misma comenzó a aparecer entre tanta palabra bonita. ¿Quizás no soy tan fea?, ¿quizás no soy tan tonta?, pensaba Gabriela.
El le prometía ser siempre incondicional, y lo mejor era que lo cumplía. En los malos momentos nunca faltó la palabra precisa y la mirada directa; la canción necesaria e incluso historias llenas de Toñitos que la cuidaban. El conocía sus problemas y sus penas; se esforzaba día a día por que éstas se fueran.
Pues sí, él era todo, todo lo que ella quería.
Pasaron los meses y la relación continuó con ese amor maravilloso, que sólo se ve en las películas y que sólo se concibe a través de un excelente guión. Pero ya cumpliendo su segundo aniversario, el cuento de amor comenzaba a perderse entre las peleas, las confusiones, las malas caras y las inquietudes.
Pues claro, la llegada de este hombre significó en la vida de Gabriela felicidad inmediata e intensa, pero nunca una solución a sus debilidades y su falta de fortaleza.
Ya son 18 años, y esas angustias devastadoras regresan a su vida; vuelven a atormentarla y debilitarla, la encierran en cuestionamientos y tormentos, alejándola del amor de su vida, quien ya comienza a hacer su propia vida. Cada día es peor que el anterior, y ella se encuentra sola, luchando contra un enemigo sigiloso, invisible e invencible.
Sí, es ahora el momento, piensa; es ahora cuando más necesita de ese amor. De ese hombre que la acompaña, escucha, seca sus lágrimas y le habla; ese hombre que logra hacerle olvidar y le recuerda, a la vez, que la vida sí es hermosa, y que a su lado, todo estará bien: estará segura y a salvo. Pues, “es evidente -pensó Gabriela- que aunque no hablemos y no nos veamos, y a pesar de que cuando nos juntamos sólo discutamos, él siempre estará cuando yo lo necesite. Él me lo dijo, él me lo aseguró”.
Va a buscarlo con apuro. Intenta por todos los medios posibles, pero Antonio no aparece. Al teléfono no contesta y en su casa no abren la puerta. Ingresa a Internet, buscando dejar ese mensaje que lo traería de vuelta.
Entra al sitio en donde podrá contactarse con él. Comienza a escribir con desesperación… pero algo llama repentinamente su atención. Otra persona, otra mujer, hacía lo mismo que ella. Pues ya estaba, en el sitio del hombre que tanto busca, un mensaje de una “antigua amiga” que intentaba, con tiernas palabras y sobrenombres, un pronto encuentro.
Pero el problema no es lo que esta “antigua amiga” hace, sino lo que Antonio responde. Pues de manera inmediata, según el registro cronológico del sitio virtual, él contesta el mensaje. Responde con las mismas palabras de amor que utilizó cuando conoció y conquistó a Gabriela. Con esas palabras que lograron encantar a una triste mujer, y que ahora intentan conquistar a una recién llegada.
Gabriela lee con asombro y recuerda todas esas promesas de apoyo y de amor incondicional. Antonio ya no estaba, pero era este el preciso momento en el que lo necesitaba.
No volvieron a hablar y las angustias de Gabriela crecieron más y más, encerrándola en su mente, en sus preguntas y en su habitación. Mientras, Antonio camina, con las manos tomadas y los dedos entrelazados, con otra mujer; una “antigua amiga”, a la que seguramente amará, para luego volver a dejar.
2 Comments:
Lo único que puedo decir... es que ese Antonio es muy careraja.-
La vida nunca ha sido una película. Si así fuera... las películas serian diferentes, no intentarían suplir algo que no existe, lo "color de rosas".
Pero yo le diría a Gabriela q sea más cara de raja q Antonio y se pasee lo antes posible cn un wn en frente de sus narices !!
q se chuucha se creen los hombres cuando nos quieren hacer sentir como una puta mendiga de su cariño???
NO LO VALEN
no si ni siquiera dicen las weas a la cara y de un día a otro hacen cm q todo "terminó", claro cuando los wnes ya tienen a otra saco de weas entre sus patas...
vale más tomar jugo de frutilla en la U cn las amigas q seguir esperando q vuelvan... vale MUCHO MÁS
:)
pd: bkn cata, no te había leído. me gustaste 1313 jajajajajjaa
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