miércoles, 19 de noviembre de 2008

LA ROCA


Por María José Gaona

A él nunca le importó mucho el que dirán. Trabaja más que la cresta y, por lo tanto, le encanta darse sus gustitos. Comida y carrete, la mejor mezcla para esos días. Así fue como el Doc. partió a festejar a la playa. En un camping hicieron el asadito. Carne había por montones, las ensaladas y OBVIO, el copete. Primero siempre es la chelita. Un buen vino con la carne durante la comida JAMAS falta.

Tipín 4 de la tarde ya se comió el postre, y ahora vienen los bajativos: su maní loco o las buenas aceitunas (de las negras). Es en esos momentos que al Doc. le bajan las insaciables ganas de abrir su memorable wiskacho. Gran error, después de ese primer vaso el mambo tiene dos opciones. La primera es el tuto seguro. En este caso la opción fue la número dos: carrete all night long.

Como era de esperarse, el Doc. estaba pasadito de copas y, aparte, la indigestión por toda esa comida empezó a pasarle la cuenta. El hombre no halló nada mejor que ir hacia la playa. Caminó casi hasta la orilla y se encontró con una enorme roca. Su potito daba hacia el otro lado de la roca, como si no se fueran a dar cuenta sus compañeros de farra cual era su intención. PSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSS; ¡un peo increíble!¡De esos largos y estrepitosamente ruidosos! Ahora si que se sentía satisfecho, pero jamás se imaginó lo que iba a ocurrir. Al otro lado de la roca estaba una familia entera… comiendo. “¡Viejo asqueroso!” le gritaban, y al Doc. no le quedó más que salir corriendo, cagado de la risa y con una plancha terrible.

Lo peor de todo, no es primera vez que le pasa.

viernes, 14 de noviembre de 2008

COLOR DE ROSAS

Por Catalina Gaete Salgado

Ya son 18 años. Dieciocho de los cuales, por lo menos ocho, han sido confusiones, llantos, penas, angustias y gritos. Todo inmerso en un rostro abundante de sonrisas, un rostro que no demuestra penurias sino todo lo contrario, pero que, sin embargo, esconde rabias y tristezas. Ella es Gabriela, un ser que sonríe de ver la felicidad del resto, pero que nunca valoró la suya; la palabra autoestima no figuraba en su vida.

Pero algo pasó a los quince: lo conoció. Sí, esa etapa intensa, que generalmente está marcada por la rebeldía y por el mundo que comienza a conocer una jovencita tranquila e ingenua. Una etapa llena de emociones, en donde, si bien, las penas y rabias parecían ser más intensas, también lo eran las alegrías, las risas, los vasos desbordantes en alcohol y las siempre vacías cajetillas de cigarros.

Lo conoció. Se llamaba Antonio y era perfecto. La conquistó por medio de canciones setenteras, historias de guitarras y profundas conversaciones. Era lo que ella necesitaba: un apoyo, una compañía, un amigo… un amor.

La relación comenzó con los calores de enero. Nunca en su vida ella había vivido meses tan hermosos. Tan alegres… tan completos. El la escuchaba, la miraba a los ojos, la abrazaba y besaba, como siempre quiso. Sus problemas, penas y angustias parecían pequeños al lado de tal felicidad. Su amor hacia sí misma comenzó a aparecer entre tanta palabra bonita. ¿Quizás no soy tan fea?, ¿quizás no soy tan tonta?, pensaba Gabriela.

El le prometía ser siempre incondicional, y lo mejor era que lo cumplía. En los malos momentos nunca faltó la palabra precisa y la mirada directa; la canción necesaria e incluso historias llenas de Toñitos que la cuidaban. El conocía sus problemas y sus penas; se esforzaba día a día por que éstas se fueran.

Pues sí, él era todo, todo lo que ella quería.

Pasaron los meses y la relación continuó con ese amor maravilloso, que sólo se ve en las películas y que sólo se concibe a través de un excelente guión. Pero ya cumpliendo su segundo aniversario, el cuento de amor comenzaba a perderse entre las peleas, las confusiones, las malas caras y las inquietudes.

Pues claro, la llegada de este hombre significó en la vida de Gabriela felicidad inmediata e intensa, pero nunca una solución a sus debilidades y su falta de fortaleza.

Ya son 18 años, y esas angustias devastadoras regresan a su vida; vuelven a atormentarla y debilitarla, la encierran en cuestionamientos y tormentos, alejándola del amor de su vida, quien ya comienza a hacer su propia vida. Cada día es peor que el anterior, y ella se encuentra sola, luchando contra un enemigo sigiloso, invisible e invencible.

Sí, es ahora el momento, piensa; es ahora cuando más necesita de ese amor. De ese hombre que la acompaña, escucha, seca sus lágrimas y le habla; ese hombre que logra hacerle olvidar y le recuerda, a la vez, que la vida sí es hermosa, y que a su lado, todo estará bien: estará segura y a salvo. Pues, “es evidente -pensó Gabriela- que aunque no hablemos y no nos veamos, y a pesar de que cuando nos juntamos sólo discutamos, él siempre estará cuando yo lo necesite. Él me lo dijo, él me lo aseguró”.

Va a buscarlo con apuro. Intenta por todos los medios posibles, pero Antonio no aparece. Al teléfono no contesta y en su casa no abren la puerta. Ingresa a Internet, buscando dejar ese mensaje que lo traería de vuelta.

Entra al sitio en donde podrá contactarse con él. Comienza a escribir con desesperación… pero algo llama repentinamente su atención. Otra persona, otra mujer, hacía lo mismo que ella. Pues ya estaba, en el sitio del hombre que tanto busca, un mensaje de una “antigua amiga” que intentaba, con tiernas palabras y sobrenombres, un pronto encuentro.

Pero el problema no es lo que esta “antigua amiga” hace, sino lo que Antonio responde. Pues de manera inmediata, según el registro cronológico del sitio virtual, él contesta el mensaje. Responde con las mismas palabras de amor que utilizó cuando conoció y conquistó a Gabriela. Con esas palabras que lograron encantar a una triste mujer, y que ahora intentan conquistar a una recién llegada.

Gabriela lee con asombro y recuerda todas esas promesas de apoyo y de amor incondicional. Antonio ya no estaba, pero era este el preciso momento en el que lo necesitaba.

No volvieron a hablar y las angustias de Gabriela crecieron más y más, encerrándola en su mente, en sus preguntas y en su habitación. Mientras, Antonio camina, con las manos tomadas y los dedos entrelazados, con otra mujer; una “antigua amiga”, a la que seguramente amará, para luego volver a dejar.

TE PILLÉ PAVIANDO Y TE MANDÉ CAGANDO 2.0


Por César Morales


Quiero contar una historia... El otro día compré un "sopapo". ¿Sopapo? Sí, un SOPAPO. No se sonroje; son esos artefactos de tecnología prácticamente arcaica, que sirven para destapar el water, compuestos de un pequeño manguito de madera y una goma en forma de sombrerito. En otro capítulo que aún no invento le enseñaré como se usa, en 10 pasos simples de comprender y aplicar.


¿Se ha dado cuenta ud. de lo gracioso que es comprar uno de estos plomeros improvisados?

Primero diré que mi única motivación para ir al Lider esa tarde, era encontrar un destapador de tronos. Claro, es evidente: había tapado el water. ¡¿Y qué?!, ¿a quién no se le ha tapado? Bueno, ahora digamos que es bastante gracioso ver a un tipo parado en la fila de la caja “Express” con una sola cosa entre las manos: un sopapo. Me sentía observado. La gente como que te mira y dice en su mente: "oh, el weón cagón, tapó el water", o el típico tío que lo mira a uno, así con cara de "tranqui hijo, a todos nos ha pasado", onda como solidarizando. Lo peor es que te baja el level más que la cresta.


Todos los días comprai pan y no veís ni media mina rica, pero el día que comprai un sopapo salen las mejores a tu encuentro y se ríen de tu patética e incomoda condición de cagador de submarinos nucleares, que tapan ese delgadito conducto que se lleva la caca. Mientras esperaba haciéndome el weón me decía a mi mismo ¿por qué no hacen water con los caños más grandes? A esas alturas ya era puro filosofar acerca de la mierda atascada ahí, que no quiso transitar hacia su libertad, al mar, o donde sea que vaya a parar la caca cuando sale del baño en que la cagamos.


Toda esta historia ¿por qué?, porque nunca en la vida había comprado un "sopapo" y la cagó, es una muestra más de que los chilenos somos en esencia sapos, peladores y voyeristas. Eso es bueno para nosotros: "¡Somos copuchentos y nos da lo mismo... Escuela de periodismo!".

Consejo útil: si compran un sopapo, lleven algo más, porque como diría Muñoz, si llevas sólo el sopapo, serás un cretino.

martes, 11 de noviembre de 2008

PERDON, PERO... ¿POR QUÉ?

Por Natalia Rodríguez Cartes

Claro, como si uno fuera tonta y no pensara por sí misma.

Pidiéndome perdón el perla. Figuraba como un borracho ante cualquiera. Él no sabía, claro, primera cosa: que yo también estaba borracha. Segunda cosa: que con una amiga nos comíamos la olla de caracoquesos, muertas de la risa.

¡¡Perdón, me decía perdón!!

Como si me lo pidiera de verdad…

¿Cuántas veces habrá pedido disculpas en su vida?

Las mismas que yo, seguramente. Una, cuando le perdí el collar de matrimonio a mi mamá jugando al ladrón y le dije que la Nana se lo había robado. La otra, cuando desapareció el único cuadro pintando por el tatarabuelo Tana, ése al que le cayó témpera justo antes de ponernos a jugar al artista vanguardista con mi primo chico.

Si ellos creen que les creemos su “perdón”, es porque creen que nuestro “te perdono, gordito” es tan cierto como su arrepentimiento.

Hay que ser bien cara de raja para pedir disculpas por algo, si no entienden ni por qué la cagaron.

ASÍ CUALQUIERA PASA EL RAMO


Por Natalia Rodríguez Cartes


Estaba ahí, con la misma cara de aburrida que llevaba siempre. Tenía que cumplir con el horario, con la asistencia y con la materia en el cuaderno.


El primer día sólo lo miró. Le gustaba esa clase, pero nunca tanto como para levantar la mano en todas las ayudantías haciendo preguntas sobre los textos, que nadie más que ella leía.


Era linda, era realmente llamativa a la vista de cualquier hombre. Pero, más allá de la envidia, honestamente no tenía nada más de especial que ser rubia dentro de una universidad que se jacta de ser totalmente “pluralista”.


Él era un tipo normal, incluso medio feo. Era moreno, pelo de puercoespín, boca gruesa, voz normal, pero claro, y los ojos de color extraordinario: medio verdes, medio azules. Llamaba la atención de alguna forma. Sobre todo porque no se veía como un tipo canchero para nada, de hecho, sus jeans y camisa de ñoño cualquiera hacían que algunos riéramos de él en cada ayudantía.


Pasaron clases antes de que todos empezáramos a notar que ella lo miraba con ojos cómplices; antes de que a una amiga se le saliera aquel secreto: Se habían tomado un café juntos, fuera de la universidad, y no precisamente para hablar del trabajo.


Ahora entiendo porque a ella nunca le fue mal.

1 DE ENERO

Por Natalia Rodríguez Cartes


(Ring - Ring)
- ¿Aló?
- Hola Cami, ¿cómo estás?
- ¡Lore! ¡Feliz Año! ¿Bien y tú?
- Igual para ti. Estoy bien, con un poco de caña eso si. ¿Estás ocupada?
- No, para nada, estoy con mi pololo escuchando música.
- Ah, dale. Mándale saludos...
(...)
- ¿Lore?
- Sí, aquí estoy.
- ¿Para qué me llamaste?
- Es que tengo que contarte algo...
- ¡Dime entonces, po!
- Es que... yo creo que te puedes enojar. Mira, te llamé antes de que todas las demás te cuenten. Te juro que no pensé lo tonto que era lo que iba a hacer, no me di cuenta no más... además, era año nuevo y pucha... tú sabes que a veces se nos pasa la mano con el copete y, mira, fue pura coincidencia...
- Pero dime, me estás asustando.
- Es que... ya, filo te digo. Me agarré al Pipe.
- ...
- Pero fue súper poco, o sea un par de besos y ya... Es que me escapé, lo dejé bailando solo...
- ¿Cómo?
- Es que sí. Me di cuenta que nada que ver yo con Pipe, entonces le dije que no, que la Cami y todo eso, pero él me dijo que tú ya estabas pololeando y bla bla bla... Bueno, como no entendía le dije que iba al baño y me perdí entre la masa de gente. No volví.
- ¿Qué?
- ¿Estás enojada?
- ¡Jajajajaja! ¡No! O sea, es raro. Es raro saber que te comiste al mino que yo toda la vida me quise pololear y no resultó, pero enojada, no. O sea, no sé.
- En todo caso lo hubieras visto como me buscó en el baño, estábamos todas muertas de la risa.
- Para, ¿quién mas estaba?
- Todas. Es que no fue mi culpa, me dejaron bailando con él y me piqué, y tú sabes como me pongo...
- Sí, hueona...
- Ya, pero es que la Cote me decía: “apuesto que no te lo comí”, y yo... le dije ya po’ te apuesto...
- ¡Jajajaja! ¿Y qué onda?
- Emmmmm...
- Dime, ¿cómo lo encontraste?
- Cami... a ver. Es que yo encontré que daba los besos súper malos, la verdad es que no sé como cresta podías soportarlo, es terrible, y...
- ¡Jaja! ¿Tú crees?
- Sí, o sea, en gustos no hay nada escrito... sin ofender, obvio.
- Sí, no te preocupes. Historia vieja en todo caso.
- No tan vieja, un poco antes que tu pololo no más... ¿o no? Por eso yo estaba tan preocupada y...
- Bueno sí, pero estoy en otra...
- Ya bueno, tenía que decírtelo yo, no podía ser que te enteraras por otras personas, o sea nada que ver, si somos amigas y en verdad perdón. Sí, la cagué un poco...
- No relájate, es raro, sumamente raro, pero no estoy enojada contigo.
- Bueno, te dejo. Un beso nos vemos en la semana.
- Sí. Cuídate. Adiós.
(Tuu tuu tuu...)

(Pensamiento entre risas) Se come a mi casi ex, me dice que fue de curada, le habló de mí como si yo aún estuviera interesada en él, me dice que se escapó igual que si fuera una cabra chica y además tiene el descaro de decirme que da malos besos, sabiendo que estuve con él un montón de tiempo... la cagó.

No la odio, pero mi amiga la cagó para ser cara de raja.